Por Natalia Orduz
El sábado 16 de junio, se dieron cita 17 mujeres y un hombre en Chía, para conversar y profundizar la conexión entre enfoques de género y climáticos y ocho proyectos comunitarios que serán apoyados en 2024 por el Fondo Emerger. Llegaron de diferentes rincones de Colombia: de Doncello (Caquetá), Mahates (Bolívar), Chita (Boyacá), Jerusalén (Cundinamarca), Líbano (Tolima), Santiago (Putumayo), Pueblo Bello (Cesar) y Pandi (Cundinamarca).
Entre todas, y al son de música andina, armamos con alimentos y flores, una Mandala en el salón e iniciamos nuestra sesión con una presentación de cada una y un símbolo y una pequeña reflexión sobre nuestros lenguajes del cuidado: ¿A quién o qué me gusta cuidar? ¿Cómo me gusta que me cuiden? Escuchar, cocinar para la familia, cuidar las plantas de la huerta, valar por el territorio, que me respeten, me abracen, me ayuden, fueron algunas de las respuestas. Algunas notaron que nunca se habían preguntado cómo les gustaría que las cuidaran, aunque cuidar a otros es completamente natural.
Luego nos preparamos para entrar en el mundo de La Baraja Solar, un juego de 27 cartas creado por la Fundación Heinrich Böll y el Proyecto NN, que nos lleva a construir historias sobre las causas, consecuencias y salidas de la crisis climática y energética que atravesamos. Recorrimos juntas algunas cartas esenciales: El Sol, como la fuente de todas las formas de energía; Los Imperios, como las luchas del poder por controlar la energía; La Pócima Mágica, los combustibles fósiles que condensan el trabajo de la fotosíntesis de hace millones de años; y el Patriarca, la disociación entre el ejercicio del poder y del cuidado, entre otras.
Luego, las participantes en grupos de cuatro o cinco lanzaron las cartas y construyeron sus propias historias de energía. Vieron ahí la relación entre la producción de alimentos y la crisis, la vida colaborativa en torno a la naturaleza, por oposición al consumismo individual, las falsas soluciones basadas en cambiar la tecnología sin alterar las culturas y favorecer las formas de vida protectoras de la vida; la imaginación y la necesidad de pensar escenarios distintos a los economicistas y tecnocráticos que dominan las discusiones oficiales. Siempre presente, la importancia de las relaciones interdependientes y de cuidado entre seres humanos y con las plantas, los animales, los suelos, el agua y la energía, en los entornos próximos y el modo de vida.
Por la tarde, nos enfocamos en las implicaciones de las discriminaciones y la violencia contra las mujeres en el ejercicio de los proyectos. Tres grupos de mujeres hicieron representaciones teatrales de los obstáculos que han encontrado para realizar sus labores de defensoras, para articular esfuerzos y sacar adelante los proyectos. Mostraron con claridad distintas formas de violencia y discriminación ejercidas dentro de las familias, pero también en ámbitos organizativos e institucionales, pero también representaron estrategias de las mujeres para cambiar esas estructuras y abrirse camino con el apoyo de otras.
A este ejercicio sucedió una conversación sobre cómo las diferentes organizaciones presentes han trabajado estas situaciones: acudir a redes de apoyo más amplias, generar espacios de formación para niños y niñas, darle un lugar especial al arte y la creación para sanar estas heridas, generar espacios de cuidado para hablar de estos temas entre mujeres y crear estrategias conjuntas, y otros también con los hombres, incluirlos y darles tareas en las distintas actividades comunitarias hasta comprometerlos con base en el respeto.
Al caer la tarde, cada delegación hizo una presentación de cada uno de los proyectos y se enfocó en responder dos preguntas: ¿qué es lo que cuida mi proyecto? Y ¿cómo mi proyecto cuida a las mujeres que hacen parte de él? Estos proyectos abarcan una amplia gama de cuidados: no sólo protegen ecosistemas y su diversidad, sino las prácticas de las mujeres asociadas con ellos. En algunos, ya existían espacios o mecanismos de cuidado de las mujeres, en otros, hubo una reflexión sobre cómo incluirlos, pero todos se dirigen fortalecer el rol de las mujeres en la reproducción de la vida y el tejido comunitario, y así también su autonomía económica, política y cultural.
La Asociación Red Antorchas, promueve la siembra del Totumo y de las Achiras, que están casi extintas, y que no sólo son plantas medicinales, sino que con ellas se manufacturan instrumentos de percusión para la música del Bullerengue. En la Sierra Nevada de Santa Marta, en Pueblo Bello, mujeres de la Fundación Zayuna Duna fortalecerán el liderazgo ambiental de las mujeres con apoyo de sus autoridades y comunidades, para contribuir al buen vivir: realizarán intervenciones radiales, encuentros de mujeres, trabajo espiritual, talleres y otros espacios para fortalecer el liderazgo y las habilidades. En el Sumapaz y sus Zonas de Reserva Campesina, Las Doñas Paramunas trabajarán en procesos de creación audiovisual para defender los cuerpos-territorios; y en Santiago, Putumayo, la Fundación Kausaita Wagnaspa fortalecerá la economía de las mujeres desde la Chagra.
La JAC de la vereda Tiestos en el Tolima mejorará la soberanía alimentaria y la autonomía de las familias con la producción agroecológica de las gallinas criollas; así como Asosemillas en Cundinamarca. Y en Chita, Boyacá, la Asociación de Mujeres Tejedoras de Paz en Nuestros Territorios, trabajará en torno a la paz ambiental y el establecimiento de sistemas forestales con especies nativas, mercados campesinos y festivales de paz ambiental, y la Asociación de Mujeres Emprendedoras Cimientos del Hogar, en el Caquetá, fortalecerá las capacidades para el cultivo y transformación de plantas aromáticas.
El taller terminó con un intercambio de piedritas y chaquiras, donde cada una simbolizaba la fuerza del encuentro y un deseo para el proyecto. Las piezas se ensartaban en una hebra y cada persona se llevó puesto su collar de la fuerza y el cuidado.